Lucas Romero Manoukian: “¿Las low-cost pegarán la vuelta?”

Nota de opinión

Mientras el modelo de servicios de bajo costo se extiende a ritmo acelerado nos preguntamos si a largo plazo está destinado o no a modificar su naturaleza.

Desde hace varios años hasta acá comencé a plantear informalmente entre colegas y amigos una teoría o hipótesis respecto al potencial devenir del negocio “low-cost” en el mediano y largo plazo, que me interesaría compartir de manera introductoria a través de este artículo.

Aclaro que no es mi pretensión hacer valer luego derechos de propiedad intelectual o ensalzarme con un supuesto vicio de originalidad, sino que me resulta atrayente el desafío de dejar constancia de esta visión para pararme más tarde -años, lustros o décadas siguientes- sobre este mismo escrito y comprobar que tan errada o acertada era esta impresión más cercana a una corazonada que a un estudio científico o de negocios.

Wikipedia.com, un sitio web que de pequeño me era vedado citar en mis producciones escolares por su escasa rigurosidad técnica (he aquí tal vez una suerte de revancha por si a alguien importara) sostiene a la fecha de esta nota 1 que: “Una aerolínea de bajo costo o coste, aerolínea de bajo precio o aerolínea low-cost es una aerolínea que ofrece una tarifa más económica a cambio de eliminar muchos de los servicios que reciben los pasajeros de aerolíneas tradicionales, o que cobran estos servicios de forma adicional.”

Continúa el sitio relatando acerca de los orígenes del modelo de negocios: “El concepto surgió en los Estados Unidos antes de extenderse por Europa a principios de la década de 1990 y de ahí al resto del mundo ante el aumento en la demanda de transporte aéreo”.

El término fue extendiéndose con el correr de los años y logró romper las barreras del mercado aéreo para desembarcar en otros nichos como fitness/gimnasios, modas, y más. Hoy ya no es raro encontrar versiones low-cost de casi cualquier cosa, aunque ello no sea otra cosa que una mera estrategia de marketing para asociar el producto o servicio a una “ganga”, oferta o bajo precio que merece la pena aprovechar.

Yendo al meollo del planteo, mi sensación es que el modelo low-cost está destinado a pegar la vuelta. Es decir, a retrotraer su esquema. Argumento: junto con el ahorro que para el consumidor supone poder acceder a servicios -pongamos de transporte aéreo- más económicos y la gratificación que ello naturalmente le genera, la renuncia a beneficios complementarios o accesorios a dicha prestación -léase comida o bebida dentro del avión, despacho de valija/maleta, etc.- ha deteriorado paulatinamente la experiencia final del usuario.

Si a ese factor las aerolíneas de bajo costo añaden un ratio más elevado de incidencias de vuelo que las regulares, el deterioro de las marcas involucradas será aún más profundo. Considero que dichos elementos, junto con otros como el límite en la competencia por precio que la estructura de costos de las aerolíneas genera, pueden influir en la reversión que menciono. Cuando las aerolíneas ya no tengan más margen para competir ofreciendo tarifas más baratas que sus contrincantes, es de esperar que focalicen en programas de fidelización (millas, puntos, alianzas estratégicas, etc.) y vuelvan a ofertar servicios de catering incluidos, mayor carga a bordo, entre otros. En otras palabras, ya que no puedo darte precios más bajos, te incluyo en la tarifa bebida y/o comida durante el viaje.

Te propongo un ejercicio para ilustrar el límite en la experiencia del usuario: supongamos que tu
empleo es un clásico trabajo de oficina, en el cuál pasás buena parte de tu jornada laboral frente a
una computadora. Se acerca un día tu jefe/a y te propone el siguiente trato. Si renunciás a trabajar
con dos monitores a la vez y hacés tu laburo con uno solo te va a pagar $1.000.- (cifra simbólica)
más por mes. Vos, que sos a grosso modo conocedor del mercado informático, sabés que con
atesorar esos $1.000.- durante cuatro o cinco meses podés comprarte un monitor propio, y luego
seguir ahorrando esa suma. Como te entusiasma hacerte de un equipo de tu propiedad además de
obtener un ahorro adicional decís que SÍ. Llegamos entonces al punto clave. Decidís NO comprar el
monitor adicional y ahorrarte los $1.000.-, al cabo que no te suma demasiada productividad y
podés arreglártela con uno solo.

Podrás ir imaginando hacia dónde va mi teoría. Si a la persona del ejemplo le continuamos realizando ofertas para reducir sus herramientas de trabajo a cambio de una suma de dinero que oportunamente le permitiese adquirir dicho producto y además generar un ahorro adicional, es posible que lleguemos al límite de lo absurdo, y que el empleado ponga en riesgo su productividad y hasta, ¿Por qué no?, trabajando con elementos más reducidos o de peor calidad, su salud.

Véase como en los servicios low-cost la mayoría de los pasajeros -o al menos un número considerable de ellos- no realiza compras a bordo. Prefiere esconder un sandwich o botella de agua si es que puede, o llegar más cansado y hambriento a destino, que gastar dinero en ello.

Similar suerte corre quien recibe como regalo para su cumpleaños un sobre de dinero. ¿Cuántas veces hemos utilizado esas sumas para hacer frente a gastos corrientes inmemoriales como la boleta de un servicio público o las compras de supermercado?. ¿Por qué insistimos en dotar de una asignación específica a dichos recursos al momento de entregar el obsequio? Tal vez porque no todos estamos tan cómodos comprando una remera o buzo de marca, y los regalos nos dan la posibilidad de disfrutar de un producto o servicio que por nuestros medios, aunque tuviéramos la posibilidad, no hubiéramos adquirido.

Ejemplos como el el anterior hay a montones. Dependiendo del grado de profundidad y compromiso que estemos dispuestos a imprimirle a esta reflexión podremos pasar de analizar por qué preferimos llegar a un restaurante y que haya dos y no diez para sentarse sobre las cuáles elegir, a leer a algunos de los psicólogos renombrados que han hablado sobre el miedo a la libertad y por qué el ser humano a lo largo de su historia se ha inclinado por opciones que la coartan o limitan.

En el estudio o en terapia podrás encontrar más pistas acerca de estos conceptos. A lo que aquí importa me parece interesante reconocer una vez más cómo la libertad implica responsabilidad. En el sentido de las low-cost se traduce haciéndonos cargo explícitamente de pagar de manera directa por cada una de las cosas que consumimos a bordo. No compramos ya un paquete que nos viene (parcialmente) impuesto, sino que tenemos la libertad -y responsabilidad- de optar qué servicios queremos y estamos dispuestos a costear y cuáles no.

Volviendo al planteo de origen, los hechos no parecen darme la razón. Al día de hoy por ejemplo Aerolíneas Argentinas no ofrece comida o tentempié en casi ninguno de sus vuelos de cabotaje de clase turista. Solo bebidas para poder competir con las low-cost Fly Bondi o JetSmart. Son las empresas tradicionales las que se vuelcan hacia el esquema de bajo costo y no a la inversa como yo pronostico comenzará a suceder al menos parcialmente.

Cuota de mercado doméstico por pasajeros transportados del mes de mayo 2024

Fuente: Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC) en base a datos de bajada del Sistema Integrado de Aviación Civil (SIAC) correspondientes al día 31/05/2024.

El servicio low-cost sin duda ha permitido acceder a viajes aéreos a muchas personas que antes no tenían la posibilidad de trasladarse por estos medios debido a una limitación económica. De una u otra forma, junto a otros factores ha ayudado a democratizar un servicio que antes era considerado premium o reservado para clases altas / medias-altas.

Una vez completada dicha incorporación al mercado habrá más presión en el sentido que aquí propongo, ya que los consumidores exigirán, como es su costumbre. continuar elevando la vara.

Por otra parte, la creciente presión hacia los gobiernos por parte de la sociedad civil para tomar acciones directas que mitiguen el cambio climático y protejan sus derechos como consumidores en el marco de la Agenda 2030 de Naciones Unidas puede elevar las sanciones 4, impuestos y restricciones sobre los vuelos privados y low-cost.

Con ello buscarían que las compañías aéreas internalicen los costos ambientales (externalidad negativa) que su actividad genera fruto de la contaminación, con su correlato en aumento de tarifas. A la larga los consumidores se verían incentivados a optar por otros medios de transporte relativamente económicos, menos contaminantes y de alta efectividad especialmente para tramos de corta distancia como ser el tren en el continente europeo.

Desde la precursora Pacific Southwest Airlines que operó hasta 1988 a la fecha las low-cost han recorrido un extenso camino cuyo capítulo en Sudamérica comenzó hace relativamente poco. ¿Cómo creen que continuará evolucionando en nuestros países de largas extensiones territoriales y amplia desigualdad social?.

Por Lucas M. Romero Manoukian
Director La Economía Online
X e Instagram: @luquirm

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